Una misma palabra, “comunión”, se aplica a la Eucaristía y a la Iglesia. La Iglesia es misterio de comunión; de los hombres con Dios y de los hombres entre sí. E igualmente la Eucaristía, que “lleva a la perfección la comunión con Dios Padre, mediante la identificación con el Hijo Unigénito, por obra del Espíritu Santo” (Ecclesia de Eucharistia, 34). De ahí que debamos “cultivar en el ánimo el deseo constante del Sacramento eucaristístico” mediante la “comunión espiritual”.
La Eucaristía expresa y lleva a la perfección la comunión eclesial. Por eso pide ser celebrada guardando los vínculos, invisibles y visibles, de comunión.
¿Cuáles son estos vínculos?
Los vínculos “invisibles” vienen dados por la vida de gracia y por la práctica de la fe, la esperanza y la caridad. Para recibir la Eucaristía debemos, por consiguiente, estar en gracia de Dios. Y si uno es consciente de pecado mortal, debe confesarse para poder recibir dignamente la comunión eucarística. Es ésta una norma “que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia”, afirma el Papa, recordando las disposiciones del Concilio de Trento. El juicio de conciencia sobre el estado de gracia corresponde a cada persona, aunque la Iglesia no puede mostrarse indiferente en los casos de “un comportamiento externo grave, abierta y establemente contrario a la norma moral” (Ecclesia de Eucharistia, 37). Es decir, hay circunstancias en las que la Iglesia no puede permitir a algunos fieles el acceso a la comunión eucarística.
Pero los vínculos de comunión son también “visibles”: la profesión de fe, los sacramentos, el gobierno eclesiástico y la comunión eclesial. Estos lazos deben ser respetados: “siendo (la Eucaristía) la suprema manifestación sacramental de la comunión en la Iglesia, exige que se celebre en un contexto de integridad de los vínculos, incluso externos, de comunión” (Ecclesia de Eucharistia, 38). Comunión con toda la Iglesia, con el propio Obispo y con el Romano Pontífice.
La Eucaristía, singularmente la Misa Dominical, crea la comunión y educa a la comunión. Asimismo, anima el compromiso ecuménico, la búsqueda de la unidad de los cristianos; una búsqueda que “no puede hacerse si no es en la verdad” (Ecclesia de Eucharistia, 44).
En consecuencia, han de observarse las normas canónicas que impiden la concelebración eucarística o la intercomunión con quienes no están plenamente unidos, incluso por los vínculos externos, a la Iglesia Católica.
Otra cosa es la posibilidad, prevista por la disciplina eclesiástica, de administrar la Eucaristía, “en circunstancias especiales, a personas pertenecientes a Iglesias o comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia católica”, siempre que compartan la fe católica en el Sacramento.
La observancia de esta disciplina no es legalismo, sino que como el Papa escribe: “La fiel observancia del conjunto de las normas establecidas en esta materia es manifestación y, al mismo tiempo, garantía de amor, sea a Jesucristo en el Santísimo Sacramento, sea a los hermanos de otra confesión cristiana, a los que se les debe el testimonio de la verdad, como también a la causa misma de promoción de la unidad” (Ecclesia de Eucharistia, 46).
jueves, 2 de diciembre de 2010
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