Desde la antiguedad, los mitos han sido relatos compuestos por acciones simbólicas que se transmitieron por generaciones para ofrecer respuestas sobre el origen del universo y del hombre, relacionándolos con dioses y mensajeros que actuaban a nombre de éstos.

Los mitos ofrecieron a las distintas culturas una visión integradora del mundo, al facilitar su percepción de los fenómenos que le parecían extraños a una creencia colectiva que dio origen a los que los acompañaron y proporcionaron la seguridad psicológica para la construcción de una identidad para la vida en comunidad.

En los mitos, algunos investigadores han señalado que los dioses suelen representar las fuerzas elementales de la naturaleza, que pueden percibir, de los cuales se derivan los fenómenos naturales que condicionaron sus vidas. Sin embargo, este postulado simplista y etnocéntrico ha ido quedando progresivamente superado para dar cuenta del mito como un especial espacio simbólico a partir del cual el ser humano puede atribuir significados (conscientes e inconscientes) a deidades, héroes y acciones míticas en estrecha relación con la vida psíquica, intersubjetiva, social y cultural. Esto quiere decir que un determinado mito puede tener relación con el proceso de madurez interno de determinada persona, pero también puede servir para generar cohesión social en una comunidad, o para legitimar determinadas estructuras de poder; no existe una explicación unívoca.

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jueves, 16 de diciembre de 2010 Posted in | | 0 Comments »

El Libro de Génesis es el "Libro de los Comienzos" en la Biblia. El Génesis, palabra griega para "Orígenes", relata la Creación de todas las cosas en seis días literales de 24 horas. La Caída de la Humanidad y la Maldición, el subsecuente Cataclismo Marino Mundial (El Diluvio de Noé), la Dispersión en Babel, y finalmente el nacimiento de la Nación Judía. Juntos, estos eventos cubren aproximadamente 2.370 años de historia de la Tierra. El libro de Génesis está dividido en dos secciones principales: (i) Los Capítulos 1-11 cubren de la Creación a la Dispersión, y (ii) Los Capítulos 12-50 cubren el nacimiento de Israel, desde el llamamiento de Abram (Abraham), hasta la muerte y sepultura de su biznieto José, en Egipto.

Libro de Génesis - El Impacto de la Ciencia Geológica Moderna
Hasta los comienzos del siglo XIX, el libro de Génesis era considerado como un relato exacto de la historia del mundo, incluyendo la reciente Creación de todas las cosas por un Dios Creador, personal, trascendente, omnipotente, omnisciente y omnipresente. Esta era la visión mundial aceptada por la mayoría de los padres fundadores de nuestras disciplinas científicas modernas.

Sin embargo, hubo un cambio de paradigma a comienzos del siglo XIX con el nacimiento del "Uniformitarismo" y la divulgación de la Teoría de la Evolución, en la forma de la Evolución Darwiniana. El cambio comenzó con la publicación de Sir Charles Lyell Principios de Geología en 1830. En este trabajo clásico, Lyell apoyó el Uniformitarismo, una teoría propuesta inicialmente por James Hutton hacia finales del siglo XVIII. El Uniformitarismo contrasta abiertamente con el "Catastrofismo" bíblico, encontrado en el relato del Diluvio en Génesis, arrojando dudas de esta manera, acerca de la veracidad de la Biblia como un todo. Además, el Uniformitarismo supone una "Tierra Vieja" contraria a la "Tierra Joven" del relato de la Creación del libro de Génesis. Lyell alegaba que su intención era "liberar a la ciencia de Moisés." Ciertamente logró su objetivo. Lyell lideró exitosamente una revolución en el pensamiento geológico, del tradicional Catastrofismo al Uniformitarismo de Hutton.

No fue sino hasta el final del siglo XX que el Uniformitarismo fue desmentido finalmente por características geológicas observadas tales como fósiles poli estratos, capas geológicas perdidas o extraviadas, falta de erosión entre capas, la deficiencia de bioturbación, superficies de fondo sin perturbación, el grado limitado de disconformidades, deformación de sedimento suave, la buena preservación de características de superficies entre las capas, etc. Aunque el Catastrofismo ha sido reivindicado por el peso de la reciente evidencia científica (incluyendo los abundantes fósiles marinos encontrados en las cimas de todas las cordilleras del mundo), muchos geólogos se aferran tenazmente al paradigma del Uniformitarismo. Y así, trágicamente, el Uniformitarismo (con su alegada Columna Geológica basada en la suposición de la uniformidad) es enseñado hoy en día como un hecho en las escuelas públicas y en los medios en general.

Libro de Génesis - El Impacto de la Ciencia Biológica Moderna
La credibilidad del Libro de Génesis no fue la única afectada por las teorías geológicas de Lyell. Su libro, indirectamente, influenció también el pensamiento biológico moderno. Principios de Geología (1830) tuvo un impacto profundo en un joven naturalista británico llamado Charles Darwin. Darwin fue inspirado por la Columna Geológica de Lyell y compartió las presuposiciones de Lyell. Esta inspiración influenció grandemente la aguda observación de Darwin de las variaciones dentro de las diferentes clases de plantas y animales. Darwin extrapoló esas variaciones con el tiempo, y produjo su trabajo clásico, Origen de las Especies, en1859. En su libro, Darwin lanza la idea de que cada especie ha evolucionado de ancestros comunes. Estos ancestros comunes evolucionaron de una serie de previos ancestros comunes, siendo el origen de todos los ancestros un inicial organismo unicelular que surgió espontáneamente, naturalmente, de materia inorgánica. De esta manera, Darwin razonó, la idea de un Dios Creador era obsoleta.

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Dogmas de Fe en la Iglesia Católica


Dogma es una verdad que se apoya en la autoridad de Dios, por eso tenemos obligación de creerla.

La definición de una doctrina no es su invención, sino la declaración autoritativa de que ha sido revelada por Dios, es decir, que forma parte del conjunto de verdades que constituyen la Revelación cristiana.

Algunas veces la aparición de nuevos errores obliga a la Iglesia a definir y declarar más lo que siempre ha sido verdad, pero que las circunstancias del momento reclaman aclaración.

Los dogmas no son verdades que la Iglesia impone arbitrariamente. Son iluminaciones de la verdad objetiva. No son muros para nuestra inteligencia. Son ventanas a la luz de la verdad.

Algunos dicen: «La vida es movimiento. Estancarse es morir. Las ideas petrificadas no hacen avanzar a la humanidad». Esto es verdad sólo en parte. Hay verdades definitivas -y los dogmas lo son- que cambiarlas no es avanzar sino retroceder.

Quien quiera cambiar que «la suma de los ángulos de un triángulo vale dos rectos», no avanza, sino que retrocede al error.

El norteamericano Fukuyans, de origen japonés, pretende que la Iglesia Católica renuncie a declarar que su doctrina es la verdad absoluta, y se vuelva tolerante contentándose con ser una opinión más en la sociedad, igual que las otras.

«Ninguna verdad puede añadirse a la fe católica que no esté contenida, explícita o implícitamente, en este depósito revelado. (...) Lo único que cabe es una mayor explicación de los dogmas, pero conservando el mismo sentido, que es definitivo e indeformable una vez definido por la Iglesia».

Sí puede y debe crecer continua y armónicamente nuestro conocimiento del dogma, pasando de lo implícito a lo explícito.

Y la Iglesia, al crecer con el tiempo los conocimientos humanos, puede aprobar infaliblemente este progreso.

No es esto crear nuevas verdades reveladas: es descubrir lo que se encerraba en el viejo legado de los Apóstoles. Lo mismo que las estrellas del firmamento descubiertas últimamente existían mucho antes, pero nosotros hasta ahora no las hemos conocido.

«No podemos decir que nuestras formulaciones de fe sean las mejores posibles. Están sujetas a perfeccionamiento. Pero sin contradecir nunca u olvidar el sentido primitivo».

«Los enunciados dogmáticos, aun reflejando, a veces, la cultura del período en que se formulan, presentan una verdad estable y definitiva».

Bien sea por una declaración solemne o por la enseñanza de su Magisterio Ordinario. «Pero el ámbito de las verdades de fe es mucho más amplio que el de las verdades expresamente definidas. Hay verdades que llamamos de fe divina porque se encuentran en la Sagrada Escritura o en la Tradición, que han de ser igualmente creídas, pero que no han sido nunca definidas, como es el caso de la resurrección de Cristo. Nadie ha negado en la historia esta verdad; y por eso la Iglesia no ha sentido la necesidad de definirla».

El Depósito de la Revelación Pública acabó con la muerte del último Apóstol. Cualquier otra revelación es enteramente privada, y no puede tener valor, a no ser que esté de acuerdo con la única Revelación Pública que Dios ha hecho a los Apóstoles.

«La fe cristiana no puede aceptar revelaciones que pretenden corregir la Revelación de Cristo. Es el caso de ciertas religiones no cristianas, y también de ciertas sectas recientes».

La Revelación ha terminado pero «nosotros debemos usar nuestra inteligencia para explorar el dato revelado, deduciendo verdades que a primera vista no aparecen claramente explícitas en el mismo, pero que no por eso dejan de estar contenidas virtualmente en él. (...) La garantía de lo que así descubrimos está en la Iglesia, portadora de toda la Tradición cristiana e intérprete autorizado de la Escritura Santa. (...) Es función del Magisterio definir los contenidos de la Revelación. (...) La teología no debe suplantar al Magisterio. (...) La última palabra la tiene el Magisterio».

«Algunos teólogos que critican la doctrina del Magisterio de la Iglesia, después quieren que sus opiniones personales sean doctrina infalible».

Por eso dice el Sínodo de los Obispos de 1967: «No les corresponde a ellos la función de enseñar auténticamente».

La Conferencia Episcopal Española ha hecho una llamada a «la responsabilidad de los teólogos» para que acaten los planteamientos de la encíclica Veritatis Splendor sobre las cuestiones fundamentales de la moral y su enseñanza. En el documento titulado Nota sobre la enseñanza de la moral alude a los teólogos «que disienten públicamente de la enseñanza del Magisterio. (...) Es necesario evitar esta actitud que empobrece y esteriliza el trabajo teológico y lo vuelve contraproducente para la misión evangelizadora de la Iglesia».

«La misión del Magisterio de la Iglesia es velar para que el Pueblo de Dios permanezca en la verdad».

La Iglesia se compone de Pueblo de Dios y Jerarquía: pluralidad en los súbditos y autoridad que unifica mirando por el bien común de todos.

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jueves, 9 de diciembre de 2010 Posted in | | 0 Comments »


En la Constitución Ineffabilis Deus de 8 de Diciembre de 1854, Pío IX pronunció y definió que la Santísima Virgen María «en el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia concedidos por Dios, en vista de los méritos de Jesucristo, el Salvador del linaje humano, fue preservada de toda mancha de pecado original». De esta manera proclamaba como dogma de fe de forma definitiva lo que la tradición popular había sostenido desde los comienzos de la Iglesia.



1. LA SAGRADA ESCRITURA



En la Sagrada Escritura encontramos algunas referencias (aunque no directas) a la Virgen. El primer pasaje escriturístico que contiene la promesa de la redención menciona también a la Madre del Redentor: “Yo pondré enemistad entre ti y la mujer y su estirpe; ella aplastará tu cabeza cuando tú aceches para morderle su talón” (Génesis 3:15).

Por otra parte en el evangelio de San Lucas, el saludo del ángel Gabriel (Cfr. Lucas 1:28) “Dios te salve, llena de gracia” , “chaire kecharitomene”, indica una alabanza a la abundancia de gracia, un sobrenatural estado del alma agradable a Dios, que encuentra explicación sólo en la Inmaculada Concepción de María. También se han visto referencias a la Virgen María en el libro de los Proverbios, el Eclesiático y el Cantar de los Cantares (Cfr. Cant. 4:7).



2. LOS PADRES DE LA IGLESIA



Respecto de la impecabilidad de María, los antiguos Padres son muy cautelosos, aunque insisten en dos puntos sobre todo: la absoluta pureza de María y su posición como segunda Eva (Cfr. 1 Cor 15:22). Esta celebrada comparación entre Eva, por algún tiempo inmaculada e incorrupta -no sujeta al pecado original- y la Santísima Virgen es desarrollado por varios Padres de la Iglesia: San Justino, San Ireneo de Lyon, Tertuliano, San Cirilo de Jerusalén y Sedulio entre otros.

Los escritos patrísticos sobre la absoluta pureza de María son muy abundantes: Orígenes la llama «digna de Dios, inmaculada del inmaculado, la más completa santidad, perfecta justicia, ni engañada por la persuasión de la serpiente, ni infectada con su venenoso aliento». San Ambrosio dice que «es incorrupta, una virgen inmune por la gracia de toda mancha de pecado». San Agustín declara que todos los justos han conocido verdaderamente el pecado «excepto la Santa Virgen María, de quien, por el honor del Señor, yo no pondría en cuestión nada en lo que concierne al pecado».

Los Padres sirios nunca se cansaron de ensalzar la impecabilidad de María. San Efrén describe la excelencia de la gracia y santidad de María: «La Santísima Señora, Madre de Dios, la única pura en alma y cuerpo, la única que excede toda perfección de pureza, única morada de todas las gracias del más Santo Espíritu [..], mi Señora santísima, purísima, sin corrupción, la solamente inmaculada».



3. EL ORIGEN DE LA FIESTA



La antigua fiesta de la Concepción de María (Concepción de Santa Ana), que tuvo su origen en los monasterios de Palestina a final del siglo VII, y la moderna fiesta de la Inmaculada Concepción no son idénticas en su origen, aunque la fiesta de la Concepción de Santa Ana se convirtió con el paso del tiempo en la de la Inmaculada Concepción.

Para determinar el origen de esta fiesta debemos tener en cuenta los documentos genuinos que poseemos. El más antiguo es el canon de la fiesta, compuesto por San Andrés de Creta, quien escribió su himno litúrgico en la segunda mitad del siglo VII. En la Iglesia Oriental la solemnidad emergió de comunidades monásticas, entró en las catedrales, fue glorificada por los predicadores y poetas, y eventualmente fue fijada fiesta en el calendario de Basilio II, con la aprobación de la Iglesia y del Estado.

En la Iglesia Occidental la fiesta aparece cuando en el Oriente su desarrollo se había detenido. El tímido comienzo de la nueva fiesta en algunos monasterios anglosajones en el siglo XI, en parte ahogada por la conquista de los normandos, vino seguido de su recepción en algunos cabildos y diócesis del clero anglo-normando. El definitivo y fiable conocimiento de la fiesta en Occidente vino desde Inglaterra; se encuentra en el calendario de Old Minster, Winchester, datado hacia el año 1030, y en otro calendario de New Minster, Winchester, escrito entre 1035 y 1056. Esto demuestra que la fiesta era reconocida por la autoridad y observada por los monjes sajones con considerable solemnidad.

Después de la invasión normanda en 1066, el recién llegado clero normando abolió la fiesta en algunos monasterios de Inglaterra donde había sido establecida por los monjes anglosajones. Pero hacia fines del siglo XI, a través de los esfuerzos de Anselmo el Joven, fue retomada en numerosos establecimientos anglo-normandos. Durante la Edad Media la Fiesta de la Concepción de María fue comúnmente llamada la «Fiesta de la nación normanda», lo cual manifiesta que era celebrada en Normandía con gran esplendor y que se extendió por toda la Europa Occidental.

Por un Decreto de 28 de Febrero de 1476, Sixto IV adoptó por fin la fiesta para toda la Iglesia Latina y otorgó una indulgencia a todos cuantos asistieran a los Oficios Divinos de la solemnidad. Para poner fin a toda ulterior cavilación, Alejandro VII promulgó el 8 de Diciembre de 1661 la famosa constitución «Sollicitudo omnium Ecclesiarum» en la que declaró que la inmunidad de María del pecado original en el primer momento de la creación de su alma y su infusión en el cuerpo eran objeto de fe.

Desde el tiempo de Alejandro VII hasta antes de la definición final, no hubo dudas por parte de los teólogos de que el privilegio estaba entre las verdades reveladas por Dios. Finalmente Pío IX, rodeado por una espléndida multitud de cardenales y obispos, promulgó el dogma el 8 de Diciembre de 1854.

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A las 8 semanas de haber abortado los estudios dicen que:
-El 44% se quejaba de transtornos nerviosos.
-El 36% habia sufrido alteraciones en el sueño.
-El 31% arrepentimiento de haber abortado.
-El 11% le habian sido prescritos faramacos psicotropicos.
-El 25% que habian abortado vistan a su psiquiatra frente al 3%de grupo de control.
Las mujeres que abortan al pasar un tiempo suelen ser metidas en un psiquiatrico
y las mujeres adolescentes; las casadas; las separadas que han abortado mas de una vez encaran un riesgo importante en su vida.

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jueves, 2 de diciembre de 2010 Posted in | | 0 Comments »

Una misma palabra, “comunión”, se aplica a la Eucaristía y a la Iglesia. La Iglesia es misterio de comunión; de los hombres con Dios y de los hombres entre sí. E igualmente la Eucaristía, que “lleva a la perfección la comunión con Dios Padre, mediante la identificación con el Hijo Unigénito, por obra del Espíritu Santo” (Ecclesia de Eucharistia, 34). De ahí que debamos “cultivar en el ánimo el deseo constante del Sacramento eucaristístico” mediante la “comunión espiritual”.

La Eucaristía expresa y lleva a la perfección la comunión eclesial. Por eso pide ser celebrada guardando los vínculos, invisibles y visibles, de comunión.

¿Cuáles son estos vínculos?

Los vínculos “invisibles” vienen dados por la vida de gracia y por la práctica de la fe, la esperanza y la caridad. Para recibir la Eucaristía debemos, por consiguiente, estar en gracia de Dios. Y si uno es consciente de pecado mortal, debe confesarse para poder recibir dignamente la comunión eucarística. Es ésta una norma “que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia”, afirma el Papa, recordando las disposiciones del Concilio de Trento. El juicio de conciencia sobre el estado de gracia corresponde a cada persona, aunque la Iglesia no puede mostrarse indiferente en los casos de “un comportamiento externo grave, abierta y establemente contrario a la norma moral” (Ecclesia de Eucharistia, 37). Es decir, hay circunstancias en las que la Iglesia no puede permitir a algunos fieles el acceso a la comunión eucarística.

Pero los vínculos de comunión son también “visibles”: la profesión de fe, los sacramentos, el gobierno eclesiástico y la comunión eclesial. Estos lazos deben ser respetados: “siendo (la Eucaristía) la suprema manifestación sacramental de la comunión en la Iglesia, exige que se celebre en un contexto de integridad de los vínculos, incluso externos, de comunión” (Ecclesia de Eucharistia, 38). Comunión con toda la Iglesia, con el propio Obispo y con el Romano Pontífice.

La Eucaristía, singularmente la Misa Dominical, crea la comunión y educa a la comunión. Asimismo, anima el compromiso ecuménico, la búsqueda de la unidad de los cristianos; una búsqueda que “no puede hacerse si no es en la verdad” (Ecclesia de Eucharistia, 44).

En consecuencia, han de observarse las normas canónicas que impiden la concelebración eucarística o la intercomunión con quienes no están plenamente unidos, incluso por los vínculos externos, a la Iglesia Católica.
Otra cosa es la posibilidad, prevista por la disciplina eclesiástica, de administrar la Eucaristía, “en circunstancias especiales, a personas pertenecientes a Iglesias o comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia católica”, siempre que compartan la fe católica en el Sacramento.

La observancia de esta disciplina no es legalismo, sino que como el Papa escribe: “La fiel observancia del conjunto de las normas establecidas en esta materia es manifestación y, al mismo tiempo, garantía de amor, sea a Jesucristo en el Santísimo Sacramento, sea a los hermanos de otra confesión cristiana, a los que se les debe el testimonio de la verdad, como también a la causa misma de promoción de la unidad” (Ecclesia de Eucharistia, 46).

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Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: "El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escritura (sic), ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo" (DV 10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma. (Parte 1ª, Secc. 1ª, cap. 2, art. 2, III)

Dentro del Magisterio Eclesiástico se distinguen el Magisterio Solemne (o extraordinario) y el Magisterio Ordinario. Según la doctrina católica, el primero es infalible (no puede contener error) e incluye las enseñanzas ex-cathedra de los papas y de los concilios (convocados y presididos por él) y el llamado Magisterio Ordinario y Universal, ambos tratan únicamente sobre cuestiones de Fe y de moral. Lo contenido en el Magisterio Sagrado es irrevocable, es decir, no puede contradecirse ni aún por el Papa o los concilios, quedando fijado para siempre.

El Magisterio Ordinario consiste en las enseñanzas no infalibles de los papas y los concilios, las de los obispos y las conferencias episcopales (en comunión con el Papa), y aunque el fiel católico debe creerlo y proclamarlo, cabe que decisiones ulteriores del Magisterio alteren o contradigan su contenido anterior. Dice el Código de Derecho Canónico: Se ha de creer con fe divina y católica todo aquello que se contiene en la palabra de Dios escrita o transmitida por tradición, es decir, en el único depósito de la fe encomendado a la Iglesia, y que además es propuesto como revelado por Dios, ya sea por el magisterio solemne de la Iglesia, ya por su magisterio ordinario y universal, que se manifiesta en la común adhesión de los fieles bajo la guía del sagrado magisterio; por tanto, todos están obligados a evitar cualquier doctrina contraria. (Canon 750, libro III)

La obligación del fiel católico es creer y defender activamente todo lo que enseña el Magisterio Eclesiástico Sagrado, «con la plenitud de su fe», y también lo que enseña el Magisterio Ordinario, pero con un grado menor. Puede leerse en los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús (jesuitas): Debemos siempre tener para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina, creyendo que entre Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para la salud de nuestras ánimas, porque por el mismo Espíritu y Señor nuestro, que dio los diez Mandamientos, es regida y gobernada nuestra Santa Madre Iglesia.

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